jueves, 20 de junio de 2013

Entre las grietas (VII)

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VII

                Recuerdo la última vez que vi a Pedro. Fue en un bar del barrio, poco antes de que desapareciera sin dejar rastro junto con el menor de sus hijos. Estaba aterrorizado. Decía que no sabía cuánto tiempo iba a poder seguir manteniendo la cordura después de ver por lo que estaba pasando. Todo esto me contó, y que sabía que los sueños irían a peor. Pero eso no era lo que más le asustaba. Lo que más le hacía estremecer era que sentía que parte de él estaba dispuesta a cumplir cuanto Cornelius, al que había llegado a ver como un padre, por absurdo que pareciese, le había pedido. Y sí, fue entonces cuando desapareció una mañana con su hijo pequeño, y nadie ha sido capaz de volver a encontrar a ninguno de los dos. Su mujer no ha vuelto a saber de él, se dejó el móvil en casa, dejó el coche en el garaje y había vaciado la cuenta corriente.

                Lo habría dejado pasar como un suceso más pero algo me dijo que aquí había algo raro. Un presentimiento, una sensación ominosa en la boca del estómago. El caso es que decidí investigar un poco a Pedro Mejías, su pasado, e intentar cotejar todas las pistas que me había dado.

                Hablando con su madre, me confesó que Pedro era adoptado. Lo habían encontrado cerca de un puente cuando apenas contaba con unos días sin ningún tipo de nota, junto al cadáver degollado de una joven sin identificar, como luego pude saber gracias a los archivos del orfanato. Archivos que por suerte se trasladaron a otro lugar, pues el orfanato de San Atanasio ardió al poco de la marcha de Pedro de aquella institución. Sobre el padre y la madre biológicos de Pedro no había nada más que saber, era una vía muerta.

                Las investigaciones sobre Cthulhu me llevaron a meterme en temas esotéricos, básicamente cultos del fin del mundo y otras ideas blasfemas. Logré localizar un libro en la tienda de un librero judío de Toledo, una copia facsímil de un tomo mucho más antiguo sobre brujería y males mayores, el Necronomicón. Basura sobre brujería y temibles seres anteriores al hombre que volverían a ser los señores de la tierra. Preferí no prestarle más atención, aunque me llevé la copia del libro.

                Al cabo más o menos tres meses de su desaparición, investigando fútilmente sobre la llave, el señor Cornelius Schwartz (que resultó también conducir a cuatro o cinco callejones sin salida, llenos de malentendidos) y sobre el resto de lo que me contó, algo apareció en la prensa que me hizo estremecer. Era una noticia pequeña que no me hubiera llamado la atención si no hubiese sido por su fotografía. Un coleccionista de Clermont-Ferranz, en Francia, había sufrido un robo en el que, pese a haber piezas mucho más valiosas en su colección y mucho más portátiles, los ladrones sólo se llevaron un artículo, cuyo dibujo sostenía en la fotografía. Se trataba de una piedra negra, puntiaguda como un cuchillo de sílex pero más refinada, cubierta de arabescos dorados que producían una ominosa sensación de maldad y peligro. La coincidencia con la llave que me había descrito Pedro era como mínimo curiosa.

                Nada más pude averiguar y seguía sin novedad, hasta hará unas horas. El tremendo terremoto submarino que ha sacudido el mundo hoy mismo me ha sobresaltado sobremanera. Los aviones no consiguen entrar en la zona, pero los satélites parecen haber encontrado que una masa de tierra se ha alzado en el Pacífico sur. Se espera que varios tsunamis golpeen las costas pacíficas de Sudamérica, la Antártida, Australia, África y Asia, y que varias islas de Oceanía sean borradas del mapa en las próximas horas. Gracias a los satélites, sin embargo, han llegado noticias peores. Se ha filtrado una foto y, efectivamente, es una ciudad lo que ha vuelto a la superficie. Sus edificios son extraños y el ojo no parece capaz de identificar con claridad algunos de sus ángulos, ni si las esquinas van hacia dentro o hacia fuera.

                Pero para mí hay algo peor. Un detalle casi insignificante. En medio de la ciudad, que debe ser mayor de lo que podamos imaginar como ciudad, tal vez del tamaño de un país pequeño, hay un punto blanco que rompe con el negro, el verde oscuro y el marrón predominantes. Alguien logró hacer zoom, aunque a esa distancia, y con la resolución de la foto filtrada, no se pueden ver muchos detalles. El punto parece ser un barco, y dos figuras se encuentran en cubierta, una de pie y la otra tumbada sobre lo que parece un charco de sangre… y diría que el que está yaciendo es un niño.


                Que Dios se apiade de nosotros, si es que existe. 

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